Pero ocurrió algo … Busco, hurgo « en la niebla del recuerdo », como dice el himno nacional … ¿No pasó nada aquí ? « Oh, esplendor de Portugal … ». Pues claro : las imágenes televisivas dieron la vuelta al mundo ; los recortes de la Prensa todavía no se han puesto amarillentos. Fue un estallido, un tumulto : claveles en las bocas de los fusiles, puertas de las prisiones abiertas de par en par, los opresores en fuga, lágrimas de alegria, tratados de paz … No hace tanto de todo aquello, ni 15 años, y, sin embargo, parece extrañamente lejano, inconcebible, evanescido, borrado : algo inolvidable que se ha olvidado.
Estuvo incluso allí; yo mismo lo vi. Una locuacidad interminable, Pentecostés político! El mundo se frotaba los ojos. Un sueño que muchos acariciaban por entonces se hacía de repente realidad allí donde menos se hubiera esperado. Portugal, país apartado y atrasado, se encendió como una Fata Morgana, como una Isla del Futuro. Una riada de mirones acudió a contemplar el milagro, y quienes de entre ellos tenían una fe biblican bien podrían citar la Escritura y exclamar : « ¡Los últimos serán los primeros ! ».
Sí, me acuerdo perfectamente, Lisboa era otra. Todo se había esfumado de golpe : la enmohecida sumisión, la humilde y raída paciencia, el fatalismo lastimero. En el Rossio reinaba el alboroto hasta la madrugada : hermanamientos, manifestaciones, rumores, debates, todo ello con una increíble ausencia de violencia. No se levantó ningún puño de hierro. Los archivos policiales fueron vaciados en la calle. Las fábricas estaban en manos de los obreros. Las armas apuntaban al suelo. Y lo más indescriptible de todo : los muros de la metrópoli se cubieron de la noche a la mañana de imágenes y símbolos. Cada cual pintaba y escribía lo que bien le parecia. Y no eran lemas, clichés ni cosas consabidas lo que apareció en las paredes. No eran las mentiras estereotipadas de los burócratas, ni los grafitos pesimistas del nihilismo analfabeto neoyorquino, al que nunca se le ocurre más que una sola cosa : Yo, yo, yo. Era una iconografia de sueños lo que trepaba por ellas ; utopías que llegaban hasta donde alcanzaban los brazos, bullían en las fachadas. Embriaguez política, multicolor, de una exuberancia tropical, psicodélica, desinhibida. No era ningún monólogo, sino una barahúnda de voces, una arrolladora diversidad de deseos: el arte para todos, la justicia para todos; boceto de un mundo mejor trazado sobre el revoque resquebrajado de una ciudad antigua …
No sé si un dia aparecerían columnas de limpiadores con cubos y cepillos para quitar de las paredes esta semiótica obra de arte total, pero no lo creo. Jamás ha habido en Portugal una Administración capaz de una acción tan sistemática y tan al fondo. Creo más bien que el mar de imágenes ha desaparecido por sí mismo. La indiferencia, la lluvia, el desencanto han borrado las inscripciones, lavado las huellas.
Estuvo incluso allí; yo mismo lo vi. Una locuacidad interminable, Pentecostés político! El mundo se frotaba los ojos. Un sueño que muchos acariciaban por entonces se hacía de repente realidad allí donde menos se hubiera esperado. Portugal, país apartado y atrasado, se encendió como una Fata Morgana, como una Isla del Futuro. Una riada de mirones acudió a contemplar el milagro, y quienes de entre ellos tenían una fe biblican bien podrían citar la Escritura y exclamar : « ¡Los últimos serán los primeros ! ».
Sí, me acuerdo perfectamente, Lisboa era otra. Todo se había esfumado de golpe : la enmohecida sumisión, la humilde y raída paciencia, el fatalismo lastimero. En el Rossio reinaba el alboroto hasta la madrugada : hermanamientos, manifestaciones, rumores, debates, todo ello con una increíble ausencia de violencia. No se levantó ningún puño de hierro. Los archivos policiales fueron vaciados en la calle. Las fábricas estaban en manos de los obreros. Las armas apuntaban al suelo. Y lo más indescriptible de todo : los muros de la metrópoli se cubieron de la noche a la mañana de imágenes y símbolos. Cada cual pintaba y escribía lo que bien le parecia. Y no eran lemas, clichés ni cosas consabidas lo que apareció en las paredes. No eran las mentiras estereotipadas de los burócratas, ni los grafitos pesimistas del nihilismo analfabeto neoyorquino, al que nunca se le ocurre más que una sola cosa : Yo, yo, yo. Era una iconografia de sueños lo que trepaba por ellas ; utopías que llegaban hasta donde alcanzaban los brazos, bullían en las fachadas. Embriaguez política, multicolor, de una exuberancia tropical, psicodélica, desinhibida. No era ningún monólogo, sino una barahúnda de voces, una arrolladora diversidad de deseos: el arte para todos, la justicia para todos; boceto de un mundo mejor trazado sobre el revoque resquebrajado de una ciudad antigua …
No sé si un dia aparecerían columnas de limpiadores con cubos y cepillos para quitar de las paredes esta semiótica obra de arte total, pero no lo creo. Jamás ha habido en Portugal una Administración capaz de una acción tan sistemática y tan al fondo. Creo más bien que el mar de imágenes ha desaparecido por sí mismo. La indiferencia, la lluvia, el desencanto han borrado las inscripciones, lavado las huellas.
[Hans Magnus Enzensberger, Robinsonada, El País 1987]
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