« Allá él que quiera confiar en sus propios ojos » dijo el monseñor. « Los hechos son algo hermosos, pero a los portugueses no les venga usted con hechos. Es un país difícil. Sigue habiendo mucha devoción supersticiosa. ¡Pero no intente usted catequizar a este pueblo! Da usted en hueso ».
Sabia de sobra que no me proponia nada por el estilo y que sólo buscaba su consejo en cosas seculares. Cuando le pedí permiso para grabar la entrevista, sonrió como diciendo : listo para entrar en máquina.
« Olvidese de su atlas automovilístico », prosiguió. « Los mapas mienten ».
« ¿Qué quiere decir, eminencia ? »
« Portugal es una isla : como Irlanda, con la que tiene mucho en común. Sí, en serio : una isla a la deriva en el horizonte de poniente, un resto de la fabulosa Atlántida. Bien visto es incluso un archipiélago. Pues a lo lejos, mucho más allá de las Hespérides, aparecen todavia otras tierras portuguesas. Las visité hace unos años. Lo único que hay alli son unidades de bombarderos, turistas que acuden en viajes organizados y barómetros. Una Europa ultramarina, amigo mío, que suministra el madeira a los chefs de los hoteles y los anticiclones a los habitantes del continente ».
« Pues yo he conocido gente », intervine con prudencia, « que decia haber llegado hasta las costas portuguesas con los pies secos, en tren o con sus remolques de camping, tras penosa travesia ». El monseñor hizo un gesto barriendo de la mesa talles dudas.
« No son más que rumores », replicó. « Essas historias fantasiosas de puentes que oscilan, puestes de aduanas solitarios y polvorientos caminos de herradura tienen mucho de exageración. ¡Pregúntele usted a nuestros supuestos vecinos ! Los andaluces o los extremeños se encogen de hombres cuando alguien les pregunta si detrás de las montañas, al otro lado del Guadiana, hay tierra firme y quién vive alli. Y a los portugueses les ocurre otro tanto, no quieren saber nada de los españoles. Si fuera verdad que los dos países tienen una frontera comun, deberia ser posible aprender español en un colegio de bachillerato de Lisboa o de Oporto. Pero nada de eso. El ingles, desde luego, el francés, pues bueno, y hasta el alemán o el latin. Tan sólo el español : no hay español ».
“Todo lo que Portugal necesita, como corresponde a una isla, llega aquí por barco o por avión : desde los cacahuetes hasta un complejo petroquimico llave en mano. Y otro tanto ocurre con las exportaciones. El continente está lejos, tan lejos como Brasil o la India. ‘Mi hijo ha estudiado en Europa …’ ‘El pobre Caetano no encontraba trabajo y se ha tenido que pasar ocho años en Europa …’ Parece que están hablando de una expedición a ultramar. Hay un cierto tomillo de orgullo. Pero predomina el lamento. La emigración es una maldición del país. Y Europa es para la mayoria un lugar de destierro. ¿Quién abandona por propia iniciativa las costas de su tierra ? »
« Además, viajar cuesta dinero. En Lisboa, cualquiera, pero cualquiera, le invitará a comer. En cuanto le conozca lo más mínimo. Los restaurantes están siempre a rebosar. ¡Pero eso no significa nada ! En realidad no hay dinero. Hace poco lei una estadística. Sólo uno de cada tres portugueses sale de su casa para ir de vacaciones y tan sólo el 3% de los isleños han tocado suelo de fuera durante este año pasado ».
« No es sólo un hecho físico. Ese destino insular ha marcado tambien la conciencia histórica de los portugueses, su mentalidad. El alejamiento fomenta una calma sobrenatural que puede llegar a convertirse en auténtica enfermedad del sueño y una paciencia que puede llegar a ser resignación. Las viejas costumbres queridas se conservan más tiempo que en otros sitios. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, con el paganismo. Le podria contar a usted cosas que usted pensaria imposibles … »
« También caracterizan a los insulares una cierta susceptibilidad y una sana desconfianza. ‘Orgulhosamente sós’ : estamos ahí solos, y estamos orgullos de ello. Es difícil encontrar un lema de la antigua dictadura que haya despertado un eco semekante entre los portugueses. En fin, el que no tiene vecinos se inclina hacia el monólogo. ¡Qué no se habrá dicho de los portugueses ! Que si están poseídos de sí mismos ; que si son autosuficientes o vanidosos. Siempre esta fatal referencia al propio yo. Ni cuando compadecen ni cuando zahieren, ni cuando alaban o cuando desdeñan, ni cuando critican o cuando engañan pueden precindir de ella ».
Se produjo una breve interrupción. El monseñor encendió un cigarillo y posó la mirada sobre el oleastro que florecía fuera en el jardín.
« ¿Qué quiere decir, eminencia ? »
« Portugal es una isla : como Irlanda, con la que tiene mucho en común. Sí, en serio : una isla a la deriva en el horizonte de poniente, un resto de la fabulosa Atlántida. Bien visto es incluso un archipiélago. Pues a lo lejos, mucho más allá de las Hespérides, aparecen todavia otras tierras portuguesas. Las visité hace unos años. Lo único que hay alli son unidades de bombarderos, turistas que acuden en viajes organizados y barómetros. Una Europa ultramarina, amigo mío, que suministra el madeira a los chefs de los hoteles y los anticiclones a los habitantes del continente ».
« Pues yo he conocido gente », intervine con prudencia, « que decia haber llegado hasta las costas portuguesas con los pies secos, en tren o con sus remolques de camping, tras penosa travesia ». El monseñor hizo un gesto barriendo de la mesa talles dudas.
« No son más que rumores », replicó. « Essas historias fantasiosas de puentes que oscilan, puestes de aduanas solitarios y polvorientos caminos de herradura tienen mucho de exageración. ¡Pregúntele usted a nuestros supuestos vecinos ! Los andaluces o los extremeños se encogen de hombres cuando alguien les pregunta si detrás de las montañas, al otro lado del Guadiana, hay tierra firme y quién vive alli. Y a los portugueses les ocurre otro tanto, no quieren saber nada de los españoles. Si fuera verdad que los dos países tienen una frontera comun, deberia ser posible aprender español en un colegio de bachillerato de Lisboa o de Oporto. Pero nada de eso. El ingles, desde luego, el francés, pues bueno, y hasta el alemán o el latin. Tan sólo el español : no hay español ».
“Todo lo que Portugal necesita, como corresponde a una isla, llega aquí por barco o por avión : desde los cacahuetes hasta un complejo petroquimico llave en mano. Y otro tanto ocurre con las exportaciones. El continente está lejos, tan lejos como Brasil o la India. ‘Mi hijo ha estudiado en Europa …’ ‘El pobre Caetano no encontraba trabajo y se ha tenido que pasar ocho años en Europa …’ Parece que están hablando de una expedición a ultramar. Hay un cierto tomillo de orgullo. Pero predomina el lamento. La emigración es una maldición del país. Y Europa es para la mayoria un lugar de destierro. ¿Quién abandona por propia iniciativa las costas de su tierra ? »
« Además, viajar cuesta dinero. En Lisboa, cualquiera, pero cualquiera, le invitará a comer. En cuanto le conozca lo más mínimo. Los restaurantes están siempre a rebosar. ¡Pero eso no significa nada ! En realidad no hay dinero. Hace poco lei una estadística. Sólo uno de cada tres portugueses sale de su casa para ir de vacaciones y tan sólo el 3% de los isleños han tocado suelo de fuera durante este año pasado ».
« No es sólo un hecho físico. Ese destino insular ha marcado tambien la conciencia histórica de los portugueses, su mentalidad. El alejamiento fomenta una calma sobrenatural que puede llegar a convertirse en auténtica enfermedad del sueño y una paciencia que puede llegar a ser resignación. Las viejas costumbres queridas se conservan más tiempo que en otros sitios. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, con el paganismo. Le podria contar a usted cosas que usted pensaria imposibles … »
« También caracterizan a los insulares una cierta susceptibilidad y una sana desconfianza. ‘Orgulhosamente sós’ : estamos ahí solos, y estamos orgullos de ello. Es difícil encontrar un lema de la antigua dictadura que haya despertado un eco semekante entre los portugueses. En fin, el que no tiene vecinos se inclina hacia el monólogo. ¡Qué no se habrá dicho de los portugueses ! Que si están poseídos de sí mismos ; que si son autosuficientes o vanidosos. Siempre esta fatal referencia al propio yo. Ni cuando compadecen ni cuando zahieren, ni cuando alaban o cuando desdeñan, ni cuando critican o cuando engañan pueden precindir de ella ».
Se produjo una breve interrupción. El monseñor encendió un cigarillo y posó la mirada sobre el oleastro que florecía fuera en el jardín.
[Hans Magnus Enzensberger, Robinsonada, El País 1987]
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