Sunday, February 22, 2009

Meditaciones portuguesas 1987 (3) Señales y Milagros


El doctor hace ya tiempo que murio. Han pasado 90 años desde que fue enterrado. Pero su consulta de los pobres no se ha cerrado hasta hoy.

El doctor José Tomás de Sousa Martins fue un hombre amante del porgreso, al que fantasía sonámbula de sus compatriotas ha convertido en aparecido. Me encontré con él por primera vez en un escaparate de la Rúa da Madalena. Un ambiente adecuado para encuentros de esta segunda clase, pues esta calle es el emporio de las casas ortopédicas. Allí se ofrecen a la vista del viandante reliquias de los más deprimente, como, por ejemplo, los separadores para los dedos de los pies de Rathgebere, repugnante objeto rosa que se diría una bola de chicle de un gigante, o un cadavérico pie de cerca cubierto de callos y ojos de gallo : un verdadero filón para los neoyorquinos aficionados al sadomasoquismo y a las relaciones basadas en la esclavitud. Sólo que los collares son de níquel y goma, y los corsés y suspensorios no sirven para el placer, sino para el alivio de la humanidad doliente.

En medio de esta feria del fetichismo, en este desfile de quebrantos, ha venido a anidar un negocio de artículos de devoción, con vírgenes iluminadas con luz fluorescente, rosarios y velas del grosor de un brazo en las que arde un sagrado corazón rojo sangre. Y allí le encontré al pobre médico, en forma de estatuilla o busto de escayola, hecho siempre según el mismo modelo, con un jubón negro con las mangas dobladas y arremangadas y tocado con una peluca rojo vivo. El fino bigote de estilo mongo le caía hasta la barbilla, y la mirada con que me contemplaba era triste. A partir de 325 escudos podía adquirirse al doctor Sousa Martins, este santo tan peculiar, en distintos formatos.

Cuando volví a encontrárme-le, unos dias más tarde, estaba ante mí de tamaño sobrenatural, sobre un enorme pedestal en el Campo dos Mártires da Pátria, en bronce macizo, junto a la entrada de la facultad de Medicina.,En seguida me percaté de que no se trataba de un monumento cualquiera. En la glorieta en que me encontraba reinaba un incesante ir y venir, un constante tumulto, una intensa actividad. El médico mira desde su columna a un mar de tablillas de mármol en las que tan pronto hay cincelada únicamente la palabra « Gracias » como largas leyendas y detalladas historias de enfermedades. Fotos de carné y muñequitos dan testimonio de sus místicos logros, pues el doctor Sousa Martins atiende todos los casos, tiene una consulta general para casos sin esperanza. A sus pies, en una caja de hojalata, arden docenas de velas. Una mano pálida como la cera, una muletilla, un pecho de plástico, un vaso lleno de piedras de riñón atestiguan las curaciones milagrosas. Una robusta sesentona mantiene un floreciente comercio de objetos que sirven al culto del doctor.



« ¡Oh, espíritu del doctor Sousa Martins », leo en una estampita que distribuye, « escúchame, reconfórtame, ten piedad de mí ! ¡Bendita sea tu madre, Maria de los Dolores, que ha dado al mundo un hijo como tú ! ».

No podía desprenderme de la sospecha de que el negocio médico sobrenatural del doctor Sousa Martins tenía que estar relacionado con una peculiar condición portuguesa, y decidí preguntar a los conocidos que tenía allí.

« Es muy sencillo », dijo el primero de ellos, « un médico que ejerce en una ciudad-dormitorio cercana a Lisboa. Espero, naturalmente, que no le ocurra a usted nada aquí, en Portugal ; pero si conociera usted un hospital portugués por dentro comprendería rapidísimamente por qué la gente peregrina a Fátima o acude al doctor Sousa Martins. Prefieren esperar un milagro que morirse en un pasillo ».

La segunda información que conseguí está algo más generalizada. Se trata de algo que leí. El historiador Antonio José Saraiva dice que los portugueses están convencidos de que « los problemas no se solucionan por medios humanos ni lógicos, porque no hay razón en las cosas, sino azar y milagros ». Mi tercer testigo se rió de mí.

« ¿Y qué quiere usted ? ¡Lo fantástico es el pan nuestro de cada dia ! ¿No ha oído hablar de dona Branca ? He escrito toda una serie de artículos sobre esta señora. Dona Branca dos Santos tenía ya más de 70 años cuando abrió un banco en su modesta vivienda particular. Prometía a sus imponentes unos intereses del 10% mensual. No tengo una calculadora aquí, pero creo que, con los intereses acumulados, supone más del 300% anual. Pronto la gente se amontonaba en las escaleras de su casa y le llevaba sacos llenos de billetes. El Gobierno no sabía qué hacer, pues dona Branca estuvo pagando puntualmente los intereses durante meses. Al final de su carrera había ingresado miles de millones de escudos. Pero todavía es el día en que no entiende por qué se vino abajo su castillo de naipes, y sus clientes, miles de honrados portugueses, aún lo entienden menos. Los miles de millones se han evaporado ».

« Aquí le traigo un ejemplar de la competencia. Portugal, que yo sepa, es el único país que posee un órgano central para lo milagroso. Por 50 escudos puede estar usted al tanto de todas las maravillas : ‘Se abre la tierra, y un perro endiablado devora a 22 obreros’, ‘Se han encontrado pruebas de la existencia de los ángeles’, ‘Raptado de una nave espacial, vuelve a los 11 años sin haber envejecido un solo día’ , ‘Anciana de 105 años que ha muerto tres veces goza de excelente salud’, ‘Una pirámide hueca de nueve metros de altura cura la frigidez y la impotencia’, ‘Milagro : madre china separa a dos gemelos siameses encima de la mesa de la cocina’. Lo dicho, el Periódico de la Increíble constituye nuestra competencia, pero yo me he enviciado : lo leo todas las semanas ».

[Hans Magnus Enzensberger, Robinsonada, El País 1987]

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