Wednesday, February 25, 2009

Le je-ne-sais-quoi

France XV° siècle, Honoré Bonnet, L'arbre des batailles, Musée de Chantilly

Il y a quelque chose qui est pour ainsi dire la mauvaise conscience de la bonne conscience rationaliste et le scrupule intime des esprits forts; quelque chose qui proteste et ‘remurmure’ en nous contre le succès des entreprises réductionnistes. Ce quelque chose est comparable, sinon aux reproches intérieurs de la raison devant l’évidence bafouée, du mois aux remords du for intime, c’est-à-dire au malaise d’une conscience insatisfaite devant uné vérité incomplète. Il y a quelque chose d’inévident et d’indémontrable à quoi tient le côté inexhaustible, atmosphérique des totalités spirituelles, quelque chose dont l’invisible présence nous comble, dont l’absence inexplicable nous laisse curieusement inquiets, quelque chose qui n’existe pas et qui est pourtant la chose la plus importante entre toutes les choses qu’on ne puisse dire ! Comment expliquer l’ironie passablement dérisoire de ce paradoxe : que le plus important, en toutes choses, soit précisément ce qui n’existe pas ou dont l’existence, à tout le moins, est le plus douteuse, amphibolique et controversable ? Quel malin génie empêche que la vérité des vérités soit jamais prouvée sans équivoque ? Autant demander pourquoi c’est justement le mal qui est tentant, le plaisir nuisible qui nous attire, le devant-être qui nous répugne ! Ce n’est pas ici le lieu de nous interroger sur l’ataxie constitutionnelle qui fait de la donnée trompeuse une évidence obvie et inambiguë, de l’unique chose essentielle un absconditum et un mystère, qui nous soustrait celui-ci en nous amusant avec celle-là … La nostalgie de quelque chose d’autre, le sentiment qu’il y a autre chose, le pathos d’incomplétude enfin animent une espèce de philosophie négative qui a toujours été en marge et parfois au centre de la philosophie exotérique. Platon, qui sait, quand il dit les choses indicibles, abandonner le discours dialectique pour le récit mystériologique, Platon parle dans le Banquet d’une ‘quelque chose d’autre’ dont les âmes des amants sont éprises, qu’elles ne peuvent exprimer, qu’elles devinent seulement et suggèrent en énigmes. …Il est vrai que ce quelque chose d’autre est l’unité de la nature primitive, laquelle est chose assignable et, en somme dicible : mais le fait qu’il est l’objet d’une réminiscence prénatale et d’un vœu métempirique plus grands que tout désir sensible oblige Aristophanes à l’exposer mythiquement et à lui donner un caractère inexplicable autant qu’inépuisable. Sans ce mystérieux et surnaturel Allo ti, l’aporie d’amour telle que la décrit le Phèdre serait-elle aussi évasive ? […] Ce quelque chose d’autre érotique du discours d’Aristophanes, est une allusion à l’infini et une ouverture sur l’indicible ; ce ‘résidu’ de mystère est la seule chose qui vaille la peine, la seule qu’il importerait de connaître, et qui, comme exprès, demeure inconnaissable. Le secret, comme il en est de la mort, est décidément bien gardé, l’ignorance humaine est décidément bien combinée ! Beaucoups de noms ont pu être donnés à cet innommé innommable, beaucoup de définitions proposées pour ce ‘quelque chose d’autre’ qui n’est précisément pas comme les autres parce que en général il n’est ni une chose ni quelque chose.

[Vladimir Jankélévitch, Le Je-ne-sais-quoi et le Presque-rien]

Monday, February 23, 2009

Meditaciones portuguesas 1987 (5) Pentecostés Político


Pero ocurrió algo … Busco, hurgo « en la niebla del recuerdo », como dice el himno nacional … ¿No pasó nada aquí ? « Oh, esplendor de Portugal … ». Pues claro : las imágenes televisivas dieron la vuelta al mundo ; los recortes de la Prensa todavía no se han puesto amarillentos. Fue un estallido, un tumulto : claveles en las bocas de los fusiles, puertas de las prisiones abiertas de par en par, los opresores en fuga, lágrimas de alegria, tratados de paz … No hace tanto de todo aquello, ni 15 años, y, sin embargo, parece extrañamente lejano, inconcebible, evanescido, borrado : algo inolvidable que se ha olvidado.

Estuvo incluso allí; yo mismo lo vi. Una locuacidad interminable, Pentecostés político! El mundo se frotaba los ojos. Un sueño que muchos acariciaban por entonces se hacía de repente realidad allí donde menos se hubiera esperado. Portugal, país apartado y atrasado, se encendió como una Fata Morgana, como una Isla del Futuro. Una riada de mirones acudió a contemplar el milagro, y quienes de entre ellos tenían una fe biblican bien podrían citar la Escritura y exclamar : « ¡Los últimos serán los primeros ! ».

Sí, me acuerdo perfectamente, Lisboa era otra. Todo se había esfumado de golpe : la enmohecida sumisión, la humilde y raída paciencia, el fatalismo lastimero. En el Rossio reinaba el alboroto hasta la madrugada : hermanamientos, manifestaciones, rumores, debates, todo ello con una increíble ausencia de violencia. No se levantó ningún puño de hierro. Los archivos policiales fueron vaciados en la calle. Las fábricas estaban en manos de los obreros. Las armas apuntaban al suelo. Y lo más indescriptible de todo : los muros de la metrópoli se cubieron de la noche a la mañana de imágenes y símbolos. Cada cual pintaba y escribía lo que bien le parecia. Y no eran lemas, clichés ni cosas consabidas lo que apareció en las paredes. No eran las mentiras estereotipadas de los burócratas, ni los grafitos pesimistas del nihilismo analfabeto neoyorquino, al que nunca se le ocurre más que una sola cosa : Yo, yo, yo. Era una iconografia de sueños lo que trepaba por ellas ; utopías que llegaban hasta donde alcanzaban los brazos, bullían en las fachadas. Embriaguez política, multicolor, de una exuberancia tropical, psicodélica, desinhibida. No era ningún monólogo, sino una barahúnda de voces, una arrolladora diversidad de deseos: el arte para todos, la justicia para todos; boceto de un mundo mejor trazado sobre el revoque resquebrajado de una ciudad antigua …

No sé si un dia aparecerían columnas de limpiadores con cubos y cepillos para quitar de las paredes esta semiótica obra de arte total, pero no lo creo. Jamás ha habido en Portugal una Administración capaz de una acción tan sistemática y tan al fondo. Creo más bien que el mar de imágenes ha desaparecido por sí mismo. La indiferencia, la lluvia, el desencanto han borrado las inscripciones, lavado las huellas.

[Hans Magnus Enzensberger, Robinsonada, El País 1987]

Meditaciones portuguesas 1987 (4) Cruzada Tardía


« Encuentro muy modesto los milagros de los que te asombras », dice mi amigo, el novelista Almeida Faria. « Tenemos cosas mucho mejores que ofrecer en este terreno. ¿Te puedo recordar a don Sebastião, cuyo fantasma nos persigue hasta el día de hoy ? »

En casos como éste, considero que lo mejor es reconocer sin pudor la propia ignorancia.

« Es el único de los reyes portugueses que sigue vivo en la memoria del pueblo. Pero lo interesante es que no goza de esta preferencia gracias a sus logros, que apenas los tuvo, sino gracias a sus fracasos. Sebastião tuvo una suerte fatal : su padre murió antes de que él naciera, su madre no se ocupó de él para nada, los jesuitas que le educaron le metieron en la cabeza toda clase de historias medievales y sus planes matrimoniales fracasarion por que padecia una enfermedad venérea ».

« Contra la voluntad de sus consejeros decidió lanzarse a una tardía cruzada por el norte de África. Pero tuvo la desgracia de que los perversos infieles no le hicieran el juego. En agosto de 1578, en medio del disierto – sus caballos seguían todavía mareados de la travesía y sus caballeros se freían dentro de sus armaduras – sufrió una derrota catastrófica. Casi toda la nobleza portuguesa pereció en aquella batalla, y los rescates que hubo que pagar por los supervivientes arruinaron al país. No había heredero al trono, por lo que la corona fue a parar a los españoles. En cuanto al rey, desapareció sin dejar rastro en alguno de los apartados wadi. O digamos que lleva ausente más de 400 años. Pues, como sabe todo portugués, pronto aparecerá de nuevo, en una mañana de niebla, para hacer justicia a su pueblo y para fundar el V Imperio ».

Almeida Faria debió notar mi desconcierto, pues en seguida acudió en mi ayuda con algunas explicaciones.

« Por lo visto, no sabe todo lo que la providencia tiene reservado a Portugal. Sí, amigo mío, somos portadores de un mensaje secreto y hemos sido elegidos para llevar un Santo Grial en el futuro. Lo único que pasa es que todavía no se ha difundido la nueva por todas partes ».

« En resumen : el V Imperio nos fue prometido en las profecías de un zapatero anafabeto del siglo XVII. Pero, no temas. No vamos a someter con la fuerza de las armas al resto del mundo. Somos el pueblo elegido – sobre eso no hay duda possible –, pero nuestro cometido consiste meramente en renovar espiritualmente el universo. No queremos, así pues, dominaros, sino tan solo convertiros ».

« ¡Y no vayas a creer que este delirio es sólo cosa de unos chalados de provincias ! Antes, la espera del mesías sebastianiano era una creencia popular. Pero en el siglo XX se ha convertido en ideología. El más grande poeta portugués moderno, Fernando Pessoa ha flirteado con esa creencia. En los años cincuenta, la llamada, con razón, filosofia portuguesa ha hecho que llegase a ser presentable en sociedad el oscuro mito de la supuesta misión de nuestro país, y no te lo querrás creer, pero todavía hoy sigue siendo presentable. No son pocos los intelectuales que se aferran a la esperanza de que venga alguien a sacarnos del marasmo en el que estamos, un marasmo tan viejo como la propia leyenda del rey don Sebastián. No tiene mucha importancia quién pueda ser este mesias : Oliveira Salazar, Otelo Saraiva de Carvalho o la Santísima Virgen. Lo que importa es que tengamos a alguien a quien poder agarrarnos ».

Por la noche estoy sentado solo en el bar. En Portugal puede llegar a hacer mucho frío. La humedad trepa por los viejos muros, las sábanas están húmedas y no suele haber calefacción. Y además me deprime esta extraña esperanza en el retorno de un cadáver regio. El barman está, en cambio, del mejor humor. Tendrá como mucho 25 años. Cuando me dice que ha tenido que interrumpor sus estudios de etnología, le pregunto que qué piensa del sebastianismo y del V Imperio.

« Esse disparate », me dice mientras sigue secando los vasos, « revela una fantasía muy viva. De alguna manera tenemos que compensar nuestra impotencia. Es un arte en el que hemos llegado muy lejos. Lo que ocurre no depende de nosotros, sino vaya usted a saber de quién : de los astros, de Dios, del extranjero. Esa es al menos nuestra experiencia histórica. La potencia superior con la que tenemos que habérnoslas puede adoptar las figuras más increíbles, como ese oscuro professor de finanzas que se llamó Salazar. O pongamos el Mercado Común, con sus cláusulas de ajuste y sus cajas compensatorias. Se podría hablar de un culto del avión de carga a la portuguesa. Sólo que nosotros no sabemos que mercancia nos traen los dioses lejanos. Pues de arriba y de afuera nos llega no sólo lo bueno, sino también lo malo. Nuestras desgracias nunca han sido de fabricación doméstica. Siempre ha habido otros que tenían la culpa : los franceses, los ingleses y sobre todo los españoles. Puede ser también Moscú, o el turismo, o la CIA. Del hecho de que yo esté aqui lavando vasos tiene probablemente la culpa el Banco Mundial, pero, como puede usted ver, lo llevo con entereza. ¿Toma usted algo más ? ¿No? Hay por lo menos una cosa que está claro: no tiene ningún sentido que uno tome las cosas en sus propias manos ».

[Hans Magnus Enzensberger, Robinsonada, El País 1987]

Sunday, February 22, 2009

Meditaciones portuguesas 1987 (3) Señales y Milagros


El doctor hace ya tiempo que murio. Han pasado 90 años desde que fue enterrado. Pero su consulta de los pobres no se ha cerrado hasta hoy.

El doctor José Tomás de Sousa Martins fue un hombre amante del porgreso, al que fantasía sonámbula de sus compatriotas ha convertido en aparecido. Me encontré con él por primera vez en un escaparate de la Rúa da Madalena. Un ambiente adecuado para encuentros de esta segunda clase, pues esta calle es el emporio de las casas ortopédicas. Allí se ofrecen a la vista del viandante reliquias de los más deprimente, como, por ejemplo, los separadores para los dedos de los pies de Rathgebere, repugnante objeto rosa que se diría una bola de chicle de un gigante, o un cadavérico pie de cerca cubierto de callos y ojos de gallo : un verdadero filón para los neoyorquinos aficionados al sadomasoquismo y a las relaciones basadas en la esclavitud. Sólo que los collares son de níquel y goma, y los corsés y suspensorios no sirven para el placer, sino para el alivio de la humanidad doliente.

En medio de esta feria del fetichismo, en este desfile de quebrantos, ha venido a anidar un negocio de artículos de devoción, con vírgenes iluminadas con luz fluorescente, rosarios y velas del grosor de un brazo en las que arde un sagrado corazón rojo sangre. Y allí le encontré al pobre médico, en forma de estatuilla o busto de escayola, hecho siempre según el mismo modelo, con un jubón negro con las mangas dobladas y arremangadas y tocado con una peluca rojo vivo. El fino bigote de estilo mongo le caía hasta la barbilla, y la mirada con que me contemplaba era triste. A partir de 325 escudos podía adquirirse al doctor Sousa Martins, este santo tan peculiar, en distintos formatos.

Cuando volví a encontrárme-le, unos dias más tarde, estaba ante mí de tamaño sobrenatural, sobre un enorme pedestal en el Campo dos Mártires da Pátria, en bronce macizo, junto a la entrada de la facultad de Medicina.,En seguida me percaté de que no se trataba de un monumento cualquiera. En la glorieta en que me encontraba reinaba un incesante ir y venir, un constante tumulto, una intensa actividad. El médico mira desde su columna a un mar de tablillas de mármol en las que tan pronto hay cincelada únicamente la palabra « Gracias » como largas leyendas y detalladas historias de enfermedades. Fotos de carné y muñequitos dan testimonio de sus místicos logros, pues el doctor Sousa Martins atiende todos los casos, tiene una consulta general para casos sin esperanza. A sus pies, en una caja de hojalata, arden docenas de velas. Una mano pálida como la cera, una muletilla, un pecho de plástico, un vaso lleno de piedras de riñón atestiguan las curaciones milagrosas. Una robusta sesentona mantiene un floreciente comercio de objetos que sirven al culto del doctor.



« ¡Oh, espíritu del doctor Sousa Martins », leo en una estampita que distribuye, « escúchame, reconfórtame, ten piedad de mí ! ¡Bendita sea tu madre, Maria de los Dolores, que ha dado al mundo un hijo como tú ! ».

No podía desprenderme de la sospecha de que el negocio médico sobrenatural del doctor Sousa Martins tenía que estar relacionado con una peculiar condición portuguesa, y decidí preguntar a los conocidos que tenía allí.

« Es muy sencillo », dijo el primero de ellos, « un médico que ejerce en una ciudad-dormitorio cercana a Lisboa. Espero, naturalmente, que no le ocurra a usted nada aquí, en Portugal ; pero si conociera usted un hospital portugués por dentro comprendería rapidísimamente por qué la gente peregrina a Fátima o acude al doctor Sousa Martins. Prefieren esperar un milagro que morirse en un pasillo ».

La segunda información que conseguí está algo más generalizada. Se trata de algo que leí. El historiador Antonio José Saraiva dice que los portugueses están convencidos de que « los problemas no se solucionan por medios humanos ni lógicos, porque no hay razón en las cosas, sino azar y milagros ». Mi tercer testigo se rió de mí.

« ¿Y qué quiere usted ? ¡Lo fantástico es el pan nuestro de cada dia ! ¿No ha oído hablar de dona Branca ? He escrito toda una serie de artículos sobre esta señora. Dona Branca dos Santos tenía ya más de 70 años cuando abrió un banco en su modesta vivienda particular. Prometía a sus imponentes unos intereses del 10% mensual. No tengo una calculadora aquí, pero creo que, con los intereses acumulados, supone más del 300% anual. Pronto la gente se amontonaba en las escaleras de su casa y le llevaba sacos llenos de billetes. El Gobierno no sabía qué hacer, pues dona Branca estuvo pagando puntualmente los intereses durante meses. Al final de su carrera había ingresado miles de millones de escudos. Pero todavía es el día en que no entiende por qué se vino abajo su castillo de naipes, y sus clientes, miles de honrados portugueses, aún lo entienden menos. Los miles de millones se han evaporado ».

« Aquí le traigo un ejemplar de la competencia. Portugal, que yo sepa, es el único país que posee un órgano central para lo milagroso. Por 50 escudos puede estar usted al tanto de todas las maravillas : ‘Se abre la tierra, y un perro endiablado devora a 22 obreros’, ‘Se han encontrado pruebas de la existencia de los ángeles’, ‘Raptado de una nave espacial, vuelve a los 11 años sin haber envejecido un solo día’ , ‘Anciana de 105 años que ha muerto tres veces goza de excelente salud’, ‘Una pirámide hueca de nueve metros de altura cura la frigidez y la impotencia’, ‘Milagro : madre china separa a dos gemelos siameses encima de la mesa de la cocina’. Lo dicho, el Periódico de la Increíble constituye nuestra competencia, pero yo me he enviciado : lo leo todas las semanas ».

[Hans Magnus Enzensberger, Robinsonada, El País 1987]

Meditaciones portuguesas 1987 (2) Límites Arbóreos

« Un sueño que muchos acariciaban por entonces se hacia de repente realidad … »

« Pero no hay islas solamente en el espacio. También el tiempo tiene sus archipiélagos ».
« ¿Qué quiere usted decir ? ».
Cogió un lapis y trazó sobre el papel unos cuantos garabatos concéntricos.
« Esto podia ser un altorrelieve o un mapa meteorológico », proseguió. « No vaya usted a pensar que tengo algo contra los geógrafos. Todo lo contrario : a veces sueño con límites arbóreos o de glaciares. Con líneas isopluviométricas y líneas cotidales de primavera. ¿Sabe usted lo que es eso ? De ese modo surgen montañas y valles abstractos que permiten ver cuánta nieve cae en una determinada zona, cuál es el porcentaje de católicos ». (Y aquí sonrió el monseñor.)

« Muchas veces me he preguntado cómo seria una cronotopografía del tiempo. Pues ¿qué es lo que nos dice la cronología del calendario ? Hay mucha disimultaneidad en el mundo en que vivimos. ¿Por qué han de ser siempre isotermas e isobaras ? Sería mucho más interesante encontrar líneas en las que pudiera leers qué zones del tiempo atravesamos al viajar … Líneas que muestren las fallas y dislocaciones de la historia … Podían llamarse isócronas. Vamos a suponer que usted y yo vivimos, efectivamente, en el año 1986 – ¡osada suposición ! – y que vamos a visitar una pequeña ciudad de Mecklemburgo. Pues bien, tendríamos la sensación de que allí viven en 1958. Una colonia en el Amazonas podría datarse en 1935, y un monasterio en Nepal, en la época napoleónica. En un mapa de esta clase – que es a donde yo quería venir a parar –, grandes porciones de Portugal aparecerían como islas de tiempo. Siempre he tenido la sensación de que en esas zonas todo sigue ‘como antes’. Una sensación sobremanera ambivalente. ¿No le ocurre a usted ? Un hálito de ancien régime, mezcla de atracción y horror. Aquellos tiempos en los que los hombres todavía eran sencillos, pequeños, callados. La dignidad iba de la mano de la miseria ; la devoción iba unida a la opresión. Esas mujeres de un metro y medio, con sus cestas de huevos, todas de negro … Esos triciclos que suben ruidosos las callejuelas empinadas … Esos bandoneones, como de película de Fellini … En Portugal todavía le puede ocurrir que un proveedor o un solicitante le envíe una carta con la antefirma siguiente : ‘com a maior consideração de Va Exca atto. ven.dor e obgdo.’, es decir, ‘con la mayor consideración de vuestra excelencia, atento y obligado servidor …’. Gastados trajes de domingo, gorras de las de antes, reliquias de las viejas clases : hacendados, tranviarios o jornaleros … Fijese en los relojes, en los numerosísimos relojes de las torres, de los mercados, de las esquinas de las calles. Son de una época en la que el reloj era un objeto poco común y, por tanto, algo precioso. Tan sólo los boticarios, los administradores, los consejeros privados podían permitirse llevar reloj. Comprobará usted que todos estos relojes van mal o, mejor dijo, que están parados. Nadie les da cuerda. Recuerdo aún al escribiente de un juzgado, en la oficina sin luz, que sujetaba con los dientes las cintas con las que ataba los legajos para tener libres sus dedos llenos de manchas de tinta, y al violinista ciego que tocaba en el barco de Cacilhas. Con su bastón blanco tantea el camino ; lleva colgada la funda de una vieja máquina fotográfica, en la que suenan las monedas minetras afina el violín. Por la noche suele encontrársele de nuevo en la parte alta de la ciudad, delante de los locales nocturnos sin instrumento. Va hablando solo, borracho, murmurando algo sobre Salazar, y las muchachas que hay a la entrada de las discotecas se echan hacia atrás ante sus ojos gastados ».

« Una vez vi en Nueva York una tienda que se llamaba Second Childhood. En el escaparate había juguetes de hojalata abollados de aquellos de los años treinta. Pero lo que en realidad ofrecía aquel establecimiento a sus clientes no era ningún juguete, sino un trip, un viaje al pasado a un precio exorbitante. Pues bien, en Portugal esos viajes se obtienen gratuitamente. Es cierto que también en Lisboa irrumpe el mundo exterior, e incluso a veces de manera harto súbita y brutal. Pero es difícil unificar esta isla con el resto, plancharla, sanearla. En todas partes se encuentran enclaves que van sufriendo su silencioso y lento proceso de decomposición. En las mercerías y cacharrerías hay cajas que se llenaron de género hace 15 años, y hasta los cubos de basura los escarba de cuando en cuando un joven parado o un viejo desgreñado en busca de algún resto todavía aprovechable. También los pensamientos, por lo demás, se han quedado rezagados ».

« Lo digo sin el menor atisbo de condescendencia. Hay una cierta inocencia en este rezagamiento. Quizá la propia Iglesia sea en Portugal una mera reliquia. Aquellos para los que todo avanzaba con demasiada lentitud hace tiempo que se marcharon. Los ambiciosos, los impacientes, los codiciosos abandonaron el país en una oleada tras otra. Y este éxodo se ha prolongado durante 500 años. Uno de cada tres portugueses vive en el extranjero. A los otros, a los que se quedaron atrás, debe la isla su encanto y su miseria … Usted perdone, esto ha sido toda una plática”.

El monseñor echo un vistazo a su reloj de pulsera. Marcaba la hora exacta. La audiencia había terminado.

[Hans Magnus Enzensberger, Robinsonada, El País 1987]

Éloge des larmes



La moindre émotion amoureuse, de bonheur ou d’ennui, met Werther en larmes. Werther pleure souvent, très souvent, et abondamment. En Werther, est-ce l’amoureux qui pleure ou est-ce le romantique ?

Peut-être est-ce une disposition propre au type amoureux, que de se laisser aller à pleurer ? Soumis à l’Imaginaire, il se moque bien de la censure qui retient aujourd’hui l’adulte loin des larmes et par laquelle l’homme entend protester de sa virilité (satisfaction et attendrissement maternel de Piaf : « Mais vous pleurez, Milord ! »). En libérant ses larmes sans contrainte, il suit les ordres du corps amoureux, qui est un corps baigné, en expansion liquide : pleurer ensemble, couler ensemble : des larmes délicieuses achèvent la lecture de Klopstock que Charlotte et Werther font en commun. Où l’amoureux prend-il le droit de pleurer, sinon dans un renversement des valeurs, dont le corps est la première cible ? Il accepte de retrouver le corps enfant.

De plus, ici, le corps amoureux est doublé d’un corps historique. Qui fera l’histoire des larmes ? Dans quelles sociétés, dans quels temps a-t-on pleuré ? Depuis quand les hommes (et non les femmes) ne pleurent-ils plus ? Pourquoi la « sensibilité » est-elle à un certain moment retournée en « sensiblerie » ? Les images de la virilité sont mouvantes ; les Grecs, les gens du XVIIe siècle pleuraient beaucoup au théâtre. Saint Louis, au dire de Michelet, souffrait de n’avoir pas reçu le don des pleurs ; une fois qu’il sentit les larmes couler doucement sur sa figure, « elles lui semblèrent si savoureuses et très douces, non pas seulement au cœur mais à la bouche ». (De même : en 1199, un jeune moine se mit en route vers une abbaye de Cisterciennes, dans le Brabant, pour obtenir par leurs prières le don des larmes.)
[…]
Peut-être « pleurer » est-il trop gros ; peut-être ne faut-il pas renvoyer tous les pleurs à une même signification ; peut-être y a-t-il dans le même amoureux plusieurs sujets qui s’engagent dans des modes voisins, mais différents de « pleurer ». Quel est ce « moi » qui a « les larmes aux yeux » ? Quel est cet autre qui, telle journée, fut « au bord des larmes » ? Qui suis-je, moi qui pleure « toutes les larmes de mon corps » ? ou verse à mon réveil « un torrent de larmes » ? Si j’ai tant de manières de pleurer, c’est peut-être que, lorsque je pleure, je m’adresse toujours à quelqu’un, et que le destinataire de mes larmes n’est pas toujours le même : j’adapte mes modes de pleurer au type de chantage que, par mes larmes, j’entends exercer autour de moi.

En pleurant, je veux impressionner quelqu’un, faire pression sur lui (« Vois ce que tu fais de moi ») . Ce peut être – et c’est communément – l’autre que l’on contraint ainsi à assumer ouvertement sa commisération ou son insensibilité ; mais ce peut être aussi moi-même : je me fais pleurer, pour me prouver que ma douleur n’est pas une illusion : les larmes sont des signes, non des expressions. Par mes larmes, je raconte une histoire, je produis un mythe de la douleur, et dès lors je m’en accommode : je puis vivre avec elle, parce que, en pleurant, je me donne un interlocuteur emphatique qui recueille le plus « vrai » des messages, celui de mon corps, non celui de ma langue : « Les paroles, que sont-elles ? Une larme en dira plus. » (Schubert, Lob der Tränen)

[Roland Barthes, Fragments d’un discours amoureux]



D'eau et de sel naissent
Dans ses yeux de femme
Diamants fugasses


La joue reçoit en don
Le chemin salé d'une larme

Ecrivant son nom

Faible lumière d'amant
Sans visage et sans corps

Amour faisant


(tancredo infrasonic)

Pluralistic methodology


The examples of Copernicus, the atomic theory, Voodoo, Chinese medicine show that even the most advanced and the apparently most secure theory is not safe, that it can be modified or entirely overthrown into the dustbin of history. This is how the knowledge of today may become the fairy-tale of tomorrow and how the most laughable myth may eventually turn into the most solid piece of science.

Pluralism of theories and metaphysical views is not only important for methodology, it is also an essential part of a humanitarian outlook. Progressive educators have always tried to develop the individuality of their pupils and to bring to fruition the particular, and sometimes quite unique, talents and beliefs that a child possesses. Such an education, however, has very often seemed to be a futile exercise in day-dreaming. For is it not necessary to prepare the young for life as it actually is? Does this mean that they must learn one particular set of views to the exclusion of everything else? And, if a trace of their imagination is still to remain, will it not find its proper application in the arts or in a thin domain of dreams that has but little to do with the world we live in? Will this procedure not finally lead to a split between a hated reality and welcome fantasies, science and the arts, careful description and unrestrained self-expression? The argument for proliferation shows that this need not happen. It is possible to retain what one might call the freedom of artistic creation and to use it to the full, not just as a road of escape but as a necessary means for discovering and perhaps even changing the features of the world we live in. This coincidence of the part (individual man) with the whole (the world we live in), of the purely subjective and arbitrary with the objective and lawful, is one of the most important arguments in favour of a pluralistic methodology.

[Paul Feyerabend, Against Method]

Meditaciones portuguesas de 1987 (1) Robinsonada

"Portugal es una isla a la deriva en el horizonte de poniente ..."

« Allá él que quiera confiar en sus propios ojos » dijo el monseñor. « Los hechos son algo hermosos, pero a los portugueses no les venga usted con hechos. Es un país difícil. Sigue habiendo mucha devoción supersticiosa. ¡Pero no intente usted catequizar a este pueblo! Da usted en hueso ».

Sabia de sobra que no me proponia nada por el estilo y que sólo buscaba su consejo en cosas seculares. Cuando le pedí permiso para grabar la entrevista, sonrió como diciendo : listo para entrar en máquina.

« Olvidese de su atlas automovilístico », prosiguió. « Los mapas mienten ».
« ¿Qué quiere decir, eminencia ? »
« Portugal es una isla : como Irlanda, con la que tiene mucho en común. Sí, en serio : una isla a la deriva en el horizonte de poniente, un resto de la fabulosa Atlántida. Bien visto es incluso un archipiélago. Pues a lo lejos, mucho más allá de las Hespérides, aparecen todavia otras tierras portuguesas. Las visité hace unos años. Lo único que hay alli son unidades de bombarderos, turistas que acuden en viajes organizados y barómetros. Una Europa ultramarina, amigo mío, que suministra el madeira a los chefs de los hoteles y los anticiclones a los habitantes del continente ».

« Pues yo he conocido gente », intervine con prudencia, « que decia haber llegado hasta las costas portuguesas con los pies secos, en tren o con sus remolques de camping, tras penosa travesia ». El monseñor hizo un gesto barriendo de la mesa talles dudas.

« No son más que rumores », replicó. « Essas historias fantasiosas de puentes que oscilan, puestes de aduanas solitarios y polvorientos caminos de herradura tienen mucho de exageración. ¡Pregúntele usted a nuestros supuestos vecinos ! Los andaluces o los extremeños se encogen de hombres cuando alguien les pregunta si detrás de las montañas, al otro lado del Guadiana, hay tierra firme y quién vive alli. Y a los portugueses les ocurre otro tanto, no quieren saber nada de los españoles. Si fuera verdad que los dos países tienen una frontera comun, deberia ser posible aprender español en un colegio de bachillerato de Lisboa o de Oporto. Pero nada de eso. El ingles, desde luego, el francés, pues bueno, y hasta el alemán o el latin. Tan sólo el español : no hay español ».
“Todo lo que Portugal necesita, como corresponde a una isla, llega aquí por barco o por avión : desde los cacahuetes hasta un complejo petroquimico llave en mano. Y otro tanto ocurre con las exportaciones. El continente está lejos, tan lejos como Brasil o la India. ‘Mi hijo ha estudiado en Europa …’ ‘El pobre Caetano no encontraba trabajo y se ha tenido que pasar ocho años en Europa …’ Parece que están hablando de una expedición a ultramar. Hay un cierto tomillo de orgullo. Pero predomina el lamento. La emigración es una maldición del país. Y Europa es para la mayoria un lugar de destierro. ¿Quién abandona por propia iniciativa las costas de su tierra ? »

« Además, viajar cuesta dinero. En Lisboa, cualquiera, pero cualquiera, le invitará a comer. En cuanto le conozca lo más mínimo. Los restaurantes están siempre a rebosar. ¡Pero eso no significa nada ! En realidad no hay dinero. Hace poco lei una estadística. Sólo uno de cada tres portugueses sale de su casa para ir de vacaciones y tan sólo el 3% de los isleños han tocado suelo de fuera durante este año pasado ».

« No es sólo un hecho físico. Ese destino insular ha marcado tambien la conciencia histórica de los portugueses, su mentalidad. El alejamiento fomenta una calma sobrenatural que puede llegar a convertirse en auténtica enfermedad del sueño y una paciencia que puede llegar a ser resignación. Las viejas costumbres queridas se conservan más tiempo que en otros sitios. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, con el paganismo. Le podria contar a usted cosas que usted pensaria imposibles … »

« También caracterizan a los insulares una cierta susceptibilidad y una sana desconfianza. ‘Orgulhosamente sós’ : estamos ahí solos, y estamos orgullos de ello. Es difícil encontrar un lema de la antigua dictadura que haya despertado un eco semekante entre los portugueses. En fin, el que no tiene vecinos se inclina hacia el monólogo. ¡Qué no se habrá dicho de los portugueses ! Que si están poseídos de sí mismos ; que si son autosuficientes o vanidosos. Siempre esta fatal referencia al propio yo. Ni cuando compadecen ni cuando zahieren, ni cuando alaban o cuando desdeñan, ni cuando critican o cuando engañan pueden precindir de ella ».

Se produjo una breve interrupción. El monseñor encendió un cigarillo y posó la mirada sobre el oleastro que florecía fuera en el jardín.

[Hans Magnus Enzensberger, Robinsonada, El País 1987]

Friday, February 20, 2009

O mal de Lisboa


“O mal de Lisboa, amigo escritor, consiste em tropeçarmos no Tejo em cada bairro da cidade como se tropeça num objecto esquecido, o Tejo que nos aparece em todos os postigos, que nos baloiça a cama, durante o sono, com o seu vai-vem de berço, o Tejo e as suas luzes nocturnas, que me magoavam os olhos quando, acompanhado o do bigodinho com mais dois ou três colegas, saía a prender comunistas de madrugada em quarteirões de que nem suspeitava e existência, arrombando portas, cambulhando até um colchão às escuras onde um vulto assustado procurava levantar-se, revistando-lhe o quarto, a sala, a casa de banho e o interior do autoclismo em busca de um feixe de armas ou de um tipografia clandestina, e partindo por fim, com a vítima a protestar inocências e a famila a berrar de dor no patamar, para um automovelzito arrumado no passeio, com um agente de boné a acender cigarrilhas lá dentro. E fosse em Campo de Ourique ou na Graça, senhor, fosse em Alvalade, na Póvoa de Santa Iria, na Amadora, em Benfica, fosse no Cais do Sodré ou bo Barreiro o Tejo lá estava, com os seus pântanos, os seus navios, as suas grazinas e a geometria dos mastros, respirando além da última e quase translúcida fieira de casas.”

[António Lobo Antunes, A Ordem Natural das Coisas]

O Espaço ou a Solidão (7) à beira da estrada


É talvez demasiado fácil afirmar que Pessoa é um arredado da felicidade porque não quer partir para a acção, uma vez que se apercebe da falência de todos os esforços para atingir a verdade. Qual verdade ? O poeta ignora-a. Pessoalmente, não se conhece. – « Sabes quem sou ? Eu não sei » – ou só se apreende deconexamente como uma colecção de « tempos seres ». O sentido do mundo exterior e objectivo também se lhe escapa. Ele é o ignorante dos princípios que justificam a existência e a ignorância é um ingrediente da sua solidão.

O desconhecimento dele e da vida traduz-se em imagens que nem são pessoais nem obsessivas mas que, no entanto, citaremos.

Estrada e caminho (que aparecem com mais frequência nas poesias não revistas pelo autor) vão ter a dupla significação de realização pessoal e de caminho que se atravessa. Em ambos os vocábulos está implícita uma ideia de passagem.

A vida terrena, na crença ocultista de certas poesias e cartas, não é mais do que uma transitoriedade para um além. A vida é « uma viagem que os outros fazem para se distrair » e que o poeta acha « grave » e « cheia de termos de pensar no seu fim, de reflectir no que diremos ao Desconhecido para cuja casa a nossa inconsciência guia os nossos passos .. » (CACR) A morte é o que lhe permite entrar no « silência da grandeza de Deus », é uma espécie de limiar ; « a morte é a curva da estrada / Morrer é só não ser visto » (Cancioneiro). A estrada é o espaço de tempo percorrido entre o nascer e o morrer.

O devir constante dos estados de alma e, portanto, o sentido perecivel de todas as graduações de pensamento ou sentimento, levam Pessoa a usar, também, as imagens de estrada e caminho, sítios de passagem de uma vivência para outra, vivências que de minuto a minuto são diversas.

Na profusão e na complicação de todos os processos de ser e de pensar, o poeta não sabe que caminho tomar no « entroncamento / chamado o mundo ». Eternamente no « bifurcar dos caminhos », tem a attitude de quem não se responsabiliza porque nada escolhe. Admite que há sempre um processo a seguir e que todos os modos de construção de vida se encontram em potência nele :

Ah ! os caminhos estão todos em mim.
Qualquer distância ou direcção, ou fim

Pertence-me, sou eu.

[Inéd., 560]

Mas, não sabendo por onde deve trilhar – porque não opta – numa atitude que lhé é bem familiar, senta-se ao lado da vida, cansado dela própria.

É a constante conduta do homem sem vontade : pretende actualizar uma omnisciência e essa percepção abstracta toma-a ele como justificação da abulia, quando, afinal, os « caminhos » ou o « entroncamento » não passam de expressões dessa mesma abulia.

No Chevrolet emprestado, a caminho de Sintra onde quer chegar mas sabendo antecipadamente que, quando chegar, terá pena de ter deixado Lisboa, numa permanente inquietação de quem sabe o que não quer e de quem não sabe o que quer, assim o poeta é sempre « na estrada de Sintra, ou na estrada do sonho, ou na estrada da vida … »

Na sua concentração excessiva descobre-se no caminho separado nos desejos e em tudo. Fluindo hoje diferentemente do que foi ontem, na impossibilidade de apreensão de uma unidade – « No meu próprio caminho me atravesso / Não conheço quem fui no que hoje sou » (Cancioneiro) – nunca Pessoa se encontra com Pessoa nas repostas às perguntas que qualquer um deles formula e a que nenhum responde. O desfasamento com o mundo que o cerca começa por ser um desfasamento interior de alguém que segue « por dois caminhos par a par » O seu processo gnoseológico só capta bocados na « estrada da (sua) dissonância ». E também apreende o legado da vida – « O esquecimento temporário, a estrada / Por engano tomada / O meditar na ponte e na incerteza » (Inéd.) – e tudo o que faz dele um homem torturado : a falta de unidade, o cansaço sinónimo de abulia – « Sento-me à beira da estrada / Cansado já no caminho » – , o aniquilamento – « E ficar morto na erma estrada / Que vai da alma ao coração » –, o desconhecimento de tudo – « Eu também sou um cego / Cantando na estrada » –, a ilusão – « Se ver é enganar-me / Pensar um descaminho / Não sei. Deus os quis dar-me / Por verdade e caminho » – e a solidão :

Que ao menos na estrada me sorria alguém
Ainda que por acaso.

[Inéd., 605]

[Maria da Glória Padrão, A Metáfora em Fernando Pessoa, 1981]

Thursday, February 19, 2009

Amor e sexualidade



Seria bem de tomar consciência das palavras de Cesare Pavese onde escreve acerca da sexualidade no seu diario, para voltar essas mesmas palavras duma manera dialectica e olhar cada 'act of shame' com amor e tirar para fora todo pensamento perverso.

“Que la vie soit une lutte pour la vie, cela se voit bien dans les rapports sexuels des hommes et des femmes, où, malgré tous les efforts correctifs de l’idéal chevaleresque, malgré les exigences sociales de conformisme et de ferme résignation, malgré tout, il est sacro-saint qu’on refuse l’autre s’il ne donne pas le plaisir demandé et libérateur.
Et l’on comprend la solitude innée et rapace de chacun quand on observe combien la pensée qu’un autre accomplit l’acte avec une femme – même quelconque – finit par être un cauchemar, la conscience gênante d’une obscénité indigne, la velléité de faire cesser et, si c’était possible, de détruire. Peut-on vraiment tolérer qu’un autre – n’importe qui – fasse avec une autre – n’importe laquelle – l’act of shame? Non, mille fois non. Et pourtant c’est là, sans nul doute, l’activité centrale de la vie. Voilà la fausseté de tous nos altruismes. Si saints que nous soyons, savoir qu’un autre baise nous dégoûte et nous blesse.”
[Cesare Pavese, Le métier de vivre, 15 XII 1937]

‘Post coïtum, omnes animal triste’ ou como disse Schopenhauer: "depois de cada acto de amor se pode ouvir o diabo rir", pois que o diabo ria no inferno!

tancredo infrasonic

Saturday, February 14, 2009

Le privilège de vivre


Regarde bien tout ce qu’il y a autour de nous: de l’eau en colère, de la terre qui s’en moque, des montagnes dominantes, des arbres, de la lumière qui joue à chaque minute de la journée à changer d’intensité et de couleur, des oiseaux qui voltigent au-dessus de nos têtes, des poissons qui essaient de ne pas être la proie des mouettes tout en chassant d’autres poissons. Il y a toute cette harmonie de bruits, celui des vagues, celui du vent, celui du sable ; et puis au milieu de ce concert incroyable de vies et de matières il y a toi, moi et tous les êtres humains qui nous entourent. Combien d’entre eux verront tout ce que je viens de te décrire ? Combien réalisent chaque matin le privilège de se réveiller et de voir, de sentir, de toucher, d’entendre, de ressentir ? Combien d’entre nous sont-ils capables d’oublier un instant leurs tracas pour s’émerveiller de ce spectacle inouï ? Il faut croire que la plus grande inconscience de l’homme, c’est celle de sa propre vie. Toi tu prends conscience de tout cela, parce que tu es en danger, et cela fait de toi un être unique, par ce dont tu as besoin pour vivre : les autres, parce que tu n’as plus le choix. Alors pour répondre à la question que tu ne cesses de me poser depuis tant de jours, si je ne prends pas de risques, toute cette beauté, toute cette énergie, toute cette matière en vie te deviendrait définitivement inaccessible. C’est pour cela que je fais cela, réussir à te ramener au monde donne un sens à ma vie. Combien de fois ma vie m’offrira-t-elle de faire une chose essentielle ?

[Marc Levy, Et si c’était vrai …]

Friday, February 13, 2009

Do que são feito os sentimentos?


Do que são feitos os sentimentos? Como decompor e definir, por exemplo, o conteúdo da alegria? Se a pergunta parece complicada, um experimento mental pode dar uma ajuda: pense numa praia, num fim de tarde. Nenhuma nuvem no céu. Seu corpo está estendido na areia, suavemente aquecido pelo sol. Som de mar à frente, barulho de folhas ao vento atrás. Você se sente tão bem que começa a pensar em eventos prazerosos passados e a antecipar outros, futuros. Na sua mente, conflitos se amenizam, opostos deixam de se opor.

Para o filósofo holandês Benedictus Spinoza, você teria alcançado o estado de "perfeição maior", ápice da necessidade básica de todas as criaturas de prosperar na própria existência. O neurocientista português Antonio Damasio, que imaginou a cena descrita acima, tem uma outra palavra para isso: homeostase. Sentimentos nada mais são do que representações altamente elaboradas do estado de equilíbrio do organismo. Alegria, tristeza, empatia, orgulho, são todos, em maior ou menor medida, derivados de uma idéia que o cérebro faz do funcionamento do corpo. E, sim, existem áreas definidas no sistema nervoso onde essas representações são geradas.
A proposta está delineada em Looking for Spinoza: Joy, Sorrow and the Feeling Brain (Procurando Spinoza: alegria, tristeza e o cérebro que sente), livro do neurologista da Universidade de Iowa. Damasio se dedicou a buscar a base biológica das emoções e da consciência humana. Agora, ele tenta fechar o ciclo, arriscando que os sentimentos, o próprio espírito humano e, em última instância, Deus, são produtos da evolução da espécie e também habitam as ligações sinápticas.



Damasio sabe que a afirmação é forte e que vai causar mal-estar até mesmo entre cientistas. Não por acaso, o livro evoca Spinoza, o panteísta, filósofo excomungado em vida e banido em morte pelas heresias publicadas em sua obra a respeito da natureza humana e divina.

Em seus escritos, Spinoza igualou Deus à natureza, designando-o sob a famosa expressão "Deus sive natura" (Deus ou natureza), retirando a divindade de seu lugar e espalhando-a por toda parte, e propôs que a mente e o corpo são feitos de uma só substância. Provocou tanta fúria na sociedade, especialmente entre os judeus holandeses, que teve sua obra póstuma proibida. Nem seu cadáver escapou de ser roubado do túmulo.

A heresia de Damasio se volta a um das últimas fronteiras da neurociência. Enquanto a maioria dos neurologistas não se aperta em atribuir a áreas específicas do cérebro o controle sobre pensamentos e emoções -como medo e raiva-, os sentimentos parecem flutuar em algum lugar inespecífico, fluido, daquilo que se conhece de maneira não menos fluida como "mente". Resgatando a formulação do século 17 de Spinoza e traduzindo-a para a biologia do século 21, Damasio reafirma: corpo e mente são um só.

A escolha de Spinoza como personagem principal desse que está sendo considerado o livro mais pessoal de Damasio não é incidental: há mais coisas em comum entre ambos do que mera filosofia. Benedictus, que também era chamado de Baruch ou Bento, era filho de marranos, judeus portugueses que haviam fugido da recém-instalada Inquisição. Apesar de nascido em Amsterdã, Spinoza tinha como língua materna o português e publicou sua obra em línguas que ele confessou nunca chegar a dominar inteiramente, o holandês e o latim. O português Antonio, radicado há anos nos Estados Unidos, também é um exilado e publica suas obras numa língua estrangeira.
O que torna o holandês patrono não-reconhecido da neurobiologia, na visão de seu patrício, é a proposição, contida na terceira parte de sua "Ética", da necessidade, ou luta ("conatus", em latim) dos seres vivos para perseverar em ser, necessidade esta que acaba sendo a própria essência das criaturas.
O "conatus" de Damasio é a tendência do organismo a tentar funcionar da melhor maneira possível, evitando a dor e buscando o prazer.

Os biólogos conhecem bem esse mecanismo há tempos. Ele está presente do mais insignificante paramécio até o homem, que gosta de se considerar o topo da evolução, e é chamado de homeostase. No paramécio, um ser de uma célula, a homeostase se reduz a trocas de íons e à detecção de sinais que avisem sobre condições do ambiente, comida ou predadores. Com os humanos a coisa é diferente. A evolução dotou a espécie de um organismo complexo e de um cérebro idem. Para sobreviver com o máximo de bem-estar dentro de uma estrutura social também complexa, os humanos desenvolveram as emoções, que conferem ao organismo a capacidade de responder de forma eficiente a diversas circunstâncias boas ou ruins para a vida. Combinando emoções, memórias passadas, imaginação e raciocínio veio um mecanismo posterior -os sentimentos-, que deu a seus portadores a capacidade de responder criativamente a uma gama quase infinita de ameaças e oportunidades.

A função primária dos sentimentos, portanto, seria homeostática. E as regiões do cérebro nas quais eles são produzidos começam agora a ser identificadas, graças a técnicas de imageamento do sistema nervoso como ressonância magnética e tomografia por emissão de pósitrons. As candidatas mais fortes, até agora, são as áreas responsáveis pela produção de mapas do estado do corpo, como a ínsula e o córtex pré-frontal. Essas áreas recebem informações sobre o que acontece dentro e fora do organismo e elaboram o tempo todo representações de como vão as coisas. Claro, elas podem ser enganadas e produzir mapas falsos -é o que acontece quando se usa heroína, por exemplo. Podem ser destruídas por lesões cerebrais, como no caso dos pacientes com dano na área pré-frontal, que perdem a capacidade de sentir vergonha ou culpa.
Das representações do próprio corpo derivam também as representações de corpos alheios, ou a empatia, a capacidade de se colocar no lugar de alguém. E, segundo Damasio, daí surge o comportamento ético, que garante sobrevivência com bem-estar a todo o grupo.

A necessidade de autopreservação, ou o "conatus" spinozano, também entra em ação quando se confronta a realidade da morte e do sofrimento. "A perspectiva quebra o processo homeostático do observador", diz Damasio, que conclui serem os sistemas religiosos uma forma de restaurar esse equilíbrio. Spinoza se opõe à idéia de que a salvação venha por intermédio de um deus ou da imortalidade da alma; Damasio parece depositar no comportamento ético, aliado ao conhecimento científico, a responsabilidade por ela.
No esforço de unificar emoções, consciência e sentimentos sob a lupa da ciência, Damasio pode ser perdoado por eventuais atropelos. Apesar de deixar claro que essa é apenas a primeira aproximação do tema, professa que o importante é uma mudança de atitude em relação ao cérebro, não mais tão misterioso.

Thursday, February 12, 2009

L'amour extra-coïtal

Bettina von Arnim

Don Quichotte était puceau. Bettina [Bettina Brentano von Arnim] avait vingt-cinq ans lorsqu’elle sentit pour la première fois la main d’un homme sur son sein, dans la chambre d’hôtel de Teplitz où elle se trouvait seule avec Goethe. Et Goethe, si j’en crois ses biographes, ne connut l’amour physique que pendant son fameux voyage en Italie, alors qu’il était déjà presque quadragénaire. Peu après, à Weimar, il rencontra une ouvrière de vingt-trois ans dont il fit sa première maîtresse permanente. C’était Christiane Vulpius qui, après plusieurs années de vie commune, devint en 1806 son épouse et qui, un jour de la mémorable année 1811, jeta à terre les lunettes de Bettina. Elle était fidèlement dévouée à son mari (elle le protégea de son corps, dit-on, face aux soudards de Napoléon) et certainement excellente amante, comme en témoigne l’enjouement de Goethe qui l’appelait « mein Bettschatz », expression que l’on pourrait traduire par « trésor de mon lit ».

Pourtant, dans l’hagiographie de Goethe, Christiane se trouve au-delà de l’amour. Le XIXe siècle (mais aussi le nôtre, dont l’âme reste toujours captive du siècle précédent) a refusé de faire entrer Christiane dans la galerie des amours de Goethe, à côté de Charlotte (celle qui devait servir de modèle à la Lotte de Werther), de Frédérique, de Lili, de Bettina ou d’Ulrike. C’est parce qu’elle était son épouse, direz-vous, et nous avons pris l’habitude de considérer le mariage comme quelque chose d’anti-poétique. Mais je crois que la vraie raison est plus profonde : le public a refusé de voir en Christiane un amour de Goethe tout simplement parce que Goethe couchait avec elle. Car le trésor de l’amour et le trésor du lit apparaissaient comme deux choses incompatibles. Si les écrivains du XIXe siècle aimaient conclure leurs romans par des mariages, ce n’était pas pour protéger l’histoire d’amour d’un ennui matrimonial. Non, c’était pour la protéger du coït.

Les grandes histoires d’amour européennes se déroulent dans un espace extra-coïtal : l’histoire de la princesse de Clèves, celle de Paul et Virginie, le roman de Fromentin dont le héros, Dominique, aime toute sa vie une seule femme qu’il n’embrasse jamais, et bien sûr l’histoire de Werther, et celle de Victoria de Hamsun, et celle de Pierre et Luce, ces personnages de Romain Rolland qui ont fait pleurer en leur temps les lectrices de l’Europe entière. Dans L’idiot, Dostoïevsky a laissé Nastassia Philippovna coucher avec le premier marchand venu, mais quand il s’est agi de passion véritable, c’est-à-dire quand Nastassia s’est trouvée entre le prince Mychkine et Rogojine, leurs sexes se sont dissous dans les trois grands cœurs comme des morceaux de sucre dans trois tasses de thé. L’amour d’Anna Karénine et de Vronski a pris fin avec leur premier acte sexuel, il n’a plus été que sa propre décrépitude et nous ne savons même pas pourquoi : faisaient-ils l’amour si lamentablement ? ou s’aimaient-ils au contraire avec tant de panache que la puissance de la volupté fit naître en eux le sentiment de péché ? Quelle que soit la réponse, nous parvenons toujours à la même conclusion : après l’amour pré-coïtal, il n’y avait plus de grand amour, et il ne pouvait plus y en avoir.

Cela ne signifie nullement que l’amour extra-coïtal fût innocent, angélique, enfantin, pur : au contraire, il recelait tout ce qu’on peut imaginer d’infernal en ce bas monde. Nastassia Philippovna a pu coucher en toute quiétude avec de vulgaires ploutocrates ; mais dès sa rencontre avec Mychkine et Rogojine, dont les sexes, comme je l’ai dit, se sont dissous dans le grand samovar du sentiment, elle entre dans une zone de catastrophes et c’en est fait d’elle. Rappelez-vous aussi cette scène superbe du Dominique de Fromentin : les deux amoureux, qui vont faire une promenade à cheval et la tendre, la fine, la délicate Madeleine a la cruauté inattendue de lancer sa monture dans un galop effréné, sachant bien que Dominique est un piètre cavalier et risque fort de se tuer. L’amour extra-coïtal : une marmite sur le feu, dans laquelle le sentiment, parvenu au point d’ébullition, se transforme en passion et fait tressauter le couvercle qui se met à danser comme un fou.

scène de L'Idiot de Dostoïevsky

La notion européenne de l’amour s’enracine dans le sol extra-coïtal. Le XXe siècle, qui se vante d’avoir libéré la sexualité et aime se moquer des sentiments romantiques, n’a su donner à la notion d’amour aucun sens nouveau (c’est un des naufrages de ce siècle) de sorte qu’un jeune Européen, lorsqu’il prononce mentalement ce grand mot, se trouve ramené sur les ailes de l’enchantement, qu’il le veuille ou non, au point exact où Werther a vécu son amour pour Lotte et où Dominique a failli tomber de cheval.

[Milan Kundera, L’immortalité]

L'Art de la guerre


Les hommes ont renoncé à vivre pour assurer la survie d’une économie censée garantir la survie de l’espèce. Ils ont arraché à la nature des ressources qu’elle leur eût prodiguées sans limite, à peine de les restaurer, et ils les ont dénaturées dans le même temps qu’il dénaturaient la femme, l’enfant et leur propre humanité.

Ils ont, avec la rage du profit et du pouvoir qui les rendaient étrangers à eux-mêmes, dévasté la planète jusqu’à un seuil de tolérance au–delà duquel il ne leur reste que la folie de se détruire ou la résolution de se recréer.

Le progrès dans l’art et la science des guerres n’a jamais fait que traduire de façon régressive la volonté de se battre pour devenir humain.

Le libre-échange omniprésent planifie une paix des cimetières planétaires sans autre violence que de tout étouffer progressivement sous les mailles de la rentabilité. C’est une mort lucrative et consentie, dans la fureur rentrée.

tancredo infrasonic

Dom Quixote


Quebram-se os elos,
da banalidade,
dos valores,
desta vida edificante,
perdem-se os sentidos,
... vulgaridade,
o que fez de mim,
este ser errante?
É que neste mundo,
pleno de vaidade
tropeço a toda a hora
na mentira,
no terror,
na hipócrisia
e no falso amor,
que é feito da paixão
e da verdade?
Serei eu um D.Quixote,
sempre a lutar,
contra dragões,
montros e moinhos,
sem um escudeiro para me ajudar?
De tanto batalhar,
contra esta gente,
perdi as minhas lanças,
a minha espada,
fiquei só,
com a minha armadura reluzente!

Homo sentimentalis



La civilisation européenne est censée être fondée sur la raison. Mais on pourrait dire tout aussi bien que l’Europe est une civilisation du sentiment ; elle a donné naissance au type humain que j’aimerais appeler l’homme sentimental : homo sentimentalis. […]

Il faut définir l’homo sentimentalis non pas comme une personne qui éprouve des sentiments (car nous sommes tous capables d’en éprouver), mais comme une personne qui les a érigés en valeurs. Dès que le sentiment est considéré comme une valeur, tout le monde veut le ressentir ; et comme nous sommes tous fiers de nos valeurs, la tentation est grande d’exhiber nos sentiments.

Cette transformation du sentiment en valeur s’est produite en Europe vers le XIIe siècle : quand ils chantaient leur immense passion pour une noble dame, pour une bien-aimée inaccessible, les troubadours paraissaient si admirables et si beaux que tout un chacun, à leur exemple, voulut se vanter d’être la proie de quelque indomptable mouvement du cœur.

Personne n’a pénétré l’homo sentimentalis avec plus de perspicacité que Cervantès. Don Quichotte décide d’aimer une certaine dame, Dulcinée, bien qu’il la connaisse à peine (il n’y a rien là qui doive nous surprendre : quand il s’agit de la « wahre Liebe », de l’amour véritable, nous savons déjà que l’aimé n’importe guère). Au chapitre vingt-cinq de la première partie, il se retire en compagnie de Sancho dans les montagnes désertes, là où il veut lui montrer la grandeur de sa passion. Mais comment prouver qu’une flamme brûle dans mon âme ? Et comment le prouver, de surcroît, à un être aussi naïf et fruste que Sancho ? Alors, sur le sentier escarpé, Don Quichotte se déshabille, ne garde que sa chemise, et pour exhiber à son valet l’immensité de son sentiment, il se met à faire devant lui des sauts en l’air avec culbutes. Chaque fois qu’il se retrouve tête en bas, la chemise lui glisse sur les épaules et Sancho aperçoit son sexe qui ballotte. Le chaste petit membre du chevalier offre un spectacle si risiblement triste, si déchirant, que même Sancho, avec son âme rustaude, n’y tient plus, il enfourche Rossinante et s’enfuit à toute allure.

À la mort de son père, Agnès dut établir le programme du service funèbre. Elle souhaitait que la cérémonie se déroulât sans discours, avec pour musique l’Adagio de la dixième symphonie de Mahler, que son père aimait particulièrement. Mais cette musique était affreusement triste et Agnès craignait de ne pouvoir retenir ses larmes pendant la cérémonie. Trouvant inadmissible de sangloter publiquement, elle mit sur son électrophone un enregistrement de l’Adagio et écouta. Une fois, puis deux, puis trois. La musique évoquait le souvenir de son père et elle pleura. Mais quand l’Adagio résonna pour la huitième ou neuvième fois dans la pièce, le pouvoir de la musique s’émoussa et, à la treizième audition, Agnès ne fut pas plus émue que si l’on avait joué devant elle l’hymne national du Paraguay. Grâce à cet entraînement, elle ne pleura pas aux funérailles.



Le sentiment, par définition, surgit en nous à notre insu et souvent à corps défendant. Dès que nous voulons l’éprouver (dès que nous décidons de l’éprouver, comme Don Quichotte a décidé d’aimer Dulcinée), le sentiment n’est plus sentiment mais imitation de sentiment, son exhibition. Ce qu’on appelle couramment hystérie. C’est pourquoi l’homo sentimentalis (autrement dit, celui qui a érigé le sentiment en valeur) est en réalité identique à l’homo hystericus.

Ce qui ne veut pas dire que l’homme qui imite un sentiment ne l’éprouve pas. L’acteur qui joue la rôle du vieux roi Lear ressent sur scène, face aux spectateurs, l’authentique tristesse d’un homme abandonné et trahi, mais cette tristesse s’évapore au moment même où la représentation s’achève. C’est pourquoi l’homo sentimentalis, aussitôt après nous avoir éblouis par ses grands sentiments, nous déconcerte par son inexplicable indifférence.

[Milan Kundera, L'immortalité]

Wednesday, February 11, 2009

O Espaço ou a Solidão (6) arrumar a mala


Se o poeta está só por se ter afastado do mundo de ventura que imagina, está só, também, porque rompe de viseira com a vida activa.
Possuidor de uma inteligência demasiado lucida e analítica, possuidor de uma vontade adormecida e vencida por essa inteligência que a aniquila, Pessoa será o responsável pelo afastamente da felicidade que chora ou que deseja. Mas, neste desejo, nunca está presente um autêntico movimento de alma porque o poeta tem receio da vida activa. É o eterno abúlico hiperconsciente da sua abulia pois ele sabe que a motivação última de uma opção nunca conduz ao paraíso nem a nenhuma finalidade que seja satisfatória. Ainda como abúlico, está consciente de todas as possibilidades de perda de consciência no infinito e não opta … porque é abúlico. Em toda a poesia se patenteia amplamente este lema do nunca partir para a acção e mais uma vez Pessoa se vai servir de imagens de espaço – mas agora de um espaço circunscrito a pequenas superfícies e até fechado – para nos comunicar o que não quer fazer.

Não são poucos os poemas em que Pessoa-Campos nos dá conta do seu cansaço e da sua abulia ; Reis e Caeiro também vão deixar a descoberto o mesmo princípio apesar da tentativa de disfarce. Disfarçado em aceitação em Reis e em simplicidade em Caeiro, o ideal da inacção é uma constante da obra do poeta. Pessoa fecha os olhos e entrega-se sem condições ao dissolver da personalidade.

A vida fica-lhe sempre dividida em antes e depois do instante em que manifesta o desejo de se lançar à conquista seja do que for, antes e depois que se equacionam numa igualdade cuja solução é estar sempre com « a mala aberta esperando a arrumação adiada » (Campos, 478).

A mala é o simbolo da arrancada para a viagem da vida ; é a condição indispensável sem a qual não se pode partir ; é a desculpa de Pessoa para não partir ; é a confissão do abandono total de todo o esforço que vem pôr a nu a verdade do poeta. Ele tem desejo de partir mas não tem vontade e assiste-se à oscilação do « ter de ir » arrumar a mala e do « ir definitivamente » fazê-lo, sem que, no entanto, ela fique de facto arrumada. Ele, a mala-homem que ele é, nunca estabeleceu uma ordem, fosse qual fosse a distribuição dos pensamentos ou das volições dentro do espaço de si próprio, a não sera ordem da desordem e da perturbação. Lutando entre as unidades finito-infinito, sente-lhes a antinomia, mergulha no tempo, cansa-se, reduz a vida ao absurdo e nunca há-de arrumar seja o que for.

No entanto, o retardar constante a que submete a acção da sua vida não deixa de o perturbar e procura convencer-se, à custa de repetições, que os adiamentos sucessivos a que se vai entregando são inaceitáveis. Insiste sempre :

Mas tenho que arrumar a mala,
Tenho por força que arrumar a mala,

A mala.

[Campos, 478]

A intenção de ordenação da vida atormenta-o ao ponto de o abalar profundamente : « O facto é que neste momento atravesso um período de crise da minha vida. Preocupa-me quotidianamente a necessidade de dar ao conjunto da minha orientação, tanto intelectual como « existente na vida », uma linha metódica e lógica. Quero disciplinar a minha vida (e, consequentemente, a minha obra) como a um estado anárquico, anárquico pelo próprio excesso de « forças vivas » em acção, conflito e evolução, interconexa e divergente » (CACR). Pessoa até chega ao ponto de pretender uma classificação e sistematização de emoções – « Metam-me em gavetas essas emoções » (Campos, 443) – e no seu desejo de arrumação ergue-se numa vontade que se adivinha não passar unicamente do pensamento e do papel :

Ergo-me de repente todos os Césares.
Vou definitivamente arrumar a mala.

Arre, heide arrumá-la e fechá-la ;

Heide vê-la levar de aqui,

Heide existir independemente dela.
[Campos, 478]

Porque há-de existir sempre desligado de si próprio. Há-de viver sempre « sentado sobre o canto das camisas empilhadas », numa comodidade de nunca pensar em partir porque assim nada haverá a ordenar :

Na véspera de não partir nunca
Ao menos não há que arrumar malas

(…) Não há que fazer nada

Na véspera de não partir nunca.

[Campos, 495]

São de Campos estes arremedos de vontade cansada. Pessoa já não se mascara por trás de nehum imperativo ; antes, coerentemente, numa tristeza-de-braços-caídos :

Desfaze a mala feita para a partida !
Chegaste a ousar a mala ?
[Inédito, 713]

Para quê ousá-la ? Fernando Pessoa não ousa nada. Instala-se numa imobilidade sinónima de indiferença, senta-se : « Custa-me levantar-me da cadeira onde não dei por me ter sentado » (Campos, 455). Irmão gémeo de Sá-Carneiro que queria ficar na cama até criar bolor, suplica : « Deixe-me estar aqui, nesta cadeira / Até virem meter-me no caixão » (Campos, 439) no entorpecimento permanente de quem não quer escolher nem actuar.

Noite sempre p’lo meu quarto. As cortinas corridas,
E eu aninhado a dormir, bem quentinho – que amor! …

Sim : ficar sempre na cama, nunda mexer, criar bolor –

P’lo menos era o sossego completo … História ! era o melhor das vidas …

[Mario de Sa-Carneiro, Poesias]

Como já tivera um vago desejo de arrumar malas, tem agora, também uma ânsia longínqua de fazer qualquer coisa – « … poder levantar-me desta poltrona … » (Campos, 466) – mas qualquer anseio do poeta é tão falho de vontade, que, melancolicamente, ele se despe de características humanas e se coisifica, negando-se o valor superior a qualquer objecto perdido em qualquer lado, onde qualquer pessoa, por qualquer acaso, o entronre. É o esmagamento de todo o processo volitivo:

(…) a impressão, um pouco inconseqüente,
(…) De me ter deixado, a mim, num banco de carro elétrico,

Para ser encontrado pelo acaso de quem se lhe ia sentar em cima.
[Campos, 481]

A melancolia de frustrado que ressalta destes versos não constitui motivo para ele não deixar de se instalar numa cadeira. Vai construindo, verso a verso, a sua mágoa de abúlico e lembra dolorosamente «a esteira em que a sua vida jaz » (Inédito, 556). Pessoa falha por um afastamento de movimentos volitivos, anestesiando-se com o fazer nada da cadeira da vontade em que se sentou. A apatia leva-o a aderir à afirmação cómoda mas trágica da sua morte.Mala, gaveta, cadeira ou poltrona – nada mais que expressões de abulia do homem que também ficou solitário por inactividade.

[Maria da Glória Padrão, A Metáfora em Fernando Pessoa, 1981]

Tuesday, February 10, 2009

Coïncidence


Notre vie quotidienne est bombardée de hasards, plus exactement de recontres fortuites entre les gens et les événements, ce qu’on appelle des coïncidences. Il y a coïncidence quand deux événements inattendus se produisent en même temps, quand ils se rencontrent : Tomas apparaît dans la brasserie au moment où la radio joue du Beethoven. Dans leur immense majorité, ces coïncidences-là passent complètement inaperçues. Si le boucher du coin était venu s’asseoir à une table de la brasserie à la place de Tomas, Tereza n’aurait pas remarqué que la radio jouait du Beethoven (bien que la rencontre de Beethoven et d’un boucher soit aussi une curieuse coïncidence). Mais l’amour naissant a aiguisé en elle le sens de la beauté et elle n’oubliera jamais cette musique. Chaque fois qu’elle l’entendra, elle sera émue. Tout ce qui se passera autour d’elle en cet instant sera nimbé de l’éclat de cette musique, et sera beau.

Au début du roman que Tereza tenait sous le bras le jour où elle était venue chez Tomas, Anna rencontre Vronsky en d’étranges circonstances. Ils sont sur le quai d’un gare où quelqu’un vient de tomber sous un train. Cette composition symétrique, où le même motif apparaît au commencement et à la fin, peut sembler très « romanesque ». Oui, je l’admets, mais à condition seulement que romanesque ne signifie pas pour nous une chose « inventée », « artificielle », « sans ressemblance avec la vie ». Car c’est bien ainsi que sont composées les vies humaines.

Elles sont composés comme une partition musicale. L’homme, guidé par le sens de la beauté transforme l’événément fortuit (un musique de Beethoven, une mort dans une gare) en un motif qui va ensuite s’inscrire dans la partition de sa vie. Il y reviendra, le répétéra, le modifiera, le développera comme fait le compositeur avec le thème de sa sonate. Anna aurait pu mettre fin à ses jours de tout autre manière. Mais le motif de la gare et de la mort, ce motif inoubliable associé à la naissance de l’amour, l’attirait à l’instant du désespoir par sa sombre beauté. L’homme, à son insu, compose sa vie d’après les lois de la beauté jusque dans les instants du plus profond désespoir.

On ne peut donc reprocher au roman d’être fasciné par les mystérieuses rencontres des hasards (par exemple, par la rencontre de Vronsky, d’Anna, du quai et de la mort, ou la rencontre de Beethoven, de Tomas, de Tereza et du verre de cognac), mais on peut avec raison reprocher à l’homme d’être aveugle à ces hasards et de priver ainsi la vie de sa dimension de beauté.

[Milan Kundera, L’insoutenable légereté de l’être.]

Chemin faisant

Depuis huit jours, j’avais déchiré mes bottines
Aux cailloux des chemins …
[Rimbaud]

Chemin : bande de terre sur laquelle on marche à pied. La route se distingue du chemin non seulement parce qu’on la parcourt en voiture, mais en ce qu’elle est une simple ligne reliant un point à un autre. La route n’a par elle-même aucun sens ; seuls en ont un les deux points qu’elle relie. Le chemin est un hommage à l’espace. Chaque tronçon du chemin est en lui-même doté d’un sens et nous invite à la halte. La route est une triomphale dévalorisation de l’espace, qui aujourd’hui n’est plus rien d’autre qu’une entrave aux mouvements de l’homme, une perte de temps.

Avant même de disparaître du paysage, les chemins ont disparu de l’âme humaine : l’homme n’a plus le désir de cheminer et d’en tirer une jouissance. Sa vie non plus, il ne la voit pas comme un chemin, mais comme une route : comme une ligne menant d’un point à un autre, du grade de capitaine au grade de général, du statut d’épouse au statut de veuve. Le temps de vivre s’est réduit à un simple obstacle qu’il faut surmonter à une vitesse toujours croissante.

Le chemin et la route impliquent aussi deux notions de beauté. Quand Paul déclare qu’il y a un beau paysage à tel endroit, cela veut dire : si tu arrêtes là ta voiture, tu verras un beau château du XVe siècle flanqué d’un parc ; ou bien : il y a là un lac, et des cygnes nageant sur sa surface miroitante qui se perd dans le lointain.



Dans le monde des routes, un beau paysage signifie : un îlot de beauté, relié par une longue ligne à d’autres îlots de beauté.

Dans le monde des chemins, la beauté est continue et toujours changeante ; à chaque pas, elle nous dit « Arrête-toi ! ».

[Milan Kundera, L’immortalité]

O Espaço ou a Solidão (5) a felicidade negativa


A sua vida é razão de infelicidade – « A vida ali deve ser feliz, só porque não é minha » (Campos, 463) – e o lugar onde uma ventura qualquer se possa encontrar está num jardim que nunca lhe pertence – « Gozarei só pela aragem / As flores de outro jardim » (Inéd., 656) – no espaço de uma quinta a que se junta a sonoridade agradável da água corrente – « Nos tanques da quinta de outrém / É que gorgoleja bem » (Inéd., 710) – no oásis aue aparece no deserto que nunca é o dele – « Pobre da alma humana com oásis só no deserto ao lado » (Campos, 478) – na extensão que se situa para além do muro, o sinal da proibição que lhe faz ter a consciência do que lhe é vedado. Para além do muro, a noite de S. João no quintal dos outros, a paz do «olival alheio », tudo o que ele quer o pensa.

Para aquém do muro, os desejos da cortina espessa das montanhas o lado desagradável da vida – « Do lado de cá de todos os montes, é que a vida é sempre feia » (Pessoa, 544) – e só do lado de lá « o algures onde os poentes são », fundindo-se essa terra desejada com a terra perdida – « Eu fui feliz para além de montes outrora … » (Pessoa, 544).

Pessoa, sempre num estado de insatisfação por deslocação de qualquer espaço ou movimento físico ou psíquico que lhe permitam um pouco de conforto, sempre o que esperou que lhe abrissem a porta ao pé de um muro sem porta, sempre o tímido, o da filosofia solitária a construir e a remover mundos na sua « trapeira de falhado », na mansarda donde não sairá nunca, tem a éintuição esguia de outras terras », entrevê em longe e bruma o paraíso por achar, a ilha edénica de um mar do Pacífico onde « a vida sabe a amor e a sul » (Carta a Armando Côrtes-Rodrigues CACR). É uma espécie de percepção duvidosa que lhe põe a vida « feita em trapos » :

Não sei se é sonho, se realidade,
Se uma mistura de sonho e vida,
Aquela terra de suavidade
Que na ilha extrena do sul se olvida.
É a que ansiamos. Ali, ali
A vida é jovem e o amor sorri.

[Cancioneiro, 150]

A « Ilha longínqua, aquela que V. e eu sei e nenhum de nós sabe » (CACR) tem o valor de um símbolo. O poeta não a objectiva, somente a situa algures, nos mares do Pacífico e perde-a nima imensidade que por ser indefinida é infinita. É que o poeta dista indefinidamente de si próprio. No diálogo constante que trava com a alma, confessa a cisão de ele com ele : « … nunca somos um só. Aquilo que eu não te digo, apesar de habitarmos juntos este palácio e juntos pensarmos neste jardim. Segredo-o a mim quando estou mais só e nem ergo a voz, para que me não ouça não sei quem que me não pode ouvir » (Textos Filosóficos). Não se apreende na sua essencialidade, não se unifica, « a incompatibilidade é sentida por ele, dentro dele » (CACR) e como a ilha está inscrita nele nunca a ela aportará :

Não é com ilhas do fim do mundo,
Nem com palmares de sonho ou não.
Que cura a alma seu mal profundo,
Que o bem nos entra no coração.
É em nós que é tudo. É ali, ali,
Que a vida é jovem e o amor sorri.

[Cancioneiro, 150]

É neste momento que se confundem os dois mundos, interior e exterior, e que se mede a tragédia de quem se procura e não se encontra.

Se bem que Ricardo Reis secunde a certeza de Pessoa ortónimo – « Façamos de nós mesmos o retiro / Onde esconder-nos, tímidos do insulto / Do tumulto do mundo » (Reis, 408) – é dentro de si que começa o desencontro porque ele não sabe « quando levanta um braço, porque coisas do além levanta esse braço » (Textos Filosóficos).

Furtando-se-lhe dolorosamente o conhecimento do ser e negando-se-lhe, assim, a felicidade, o poeta fica irremediavelmente solitário no espaço enorme da sua insuficiência, nada mais pedindo à vida « do que ser o seu vizinho » (Cancioneiro, 187).

[Maria da Glória Padrão, A Metáfora em Fernando Pessoa, 1981]